sábado, 12 de septiembre de 2009

INGLORIOUS BASTERDS


En algún momento hablé de lo que implica ir al cine: los preparativos previos, esas cosquillas en la panza cuando se apaga la luz, la necesidad imperiosa de tener pochoclos en la mano…

Fui al cine a ver un par de cosas (Star Trek, Harry Potter and the Half-Blood Prince) pero nah, no había emoción. La emoción llegó ahora, con el retorno a la pantalla plateada de uno de los cineastas que supo imponer una forma de hacer cine, el que me hizo estremecer por primera vez delante de una película, me dio vuelta como una media y descolocó mi aún tierna cabecita de 15 años. Fui al cine a ver Inglorious Basterds, de Quentin Tarantino.



Lo primero que llama la atención es que el personaje principal no es ninguno de los actores fetiches del director, ningún muerto hollywoodense resucitado para la ocasión, ninguna estrella decrépita y decadente que espera su momento Travolta en el cine. La estrella del póster es, en esta ocasión, uno de los actores más codiciados de la industria, Brad Pitt.

Teniente Aldo Raines, oriundo de Tennessee que, además, habla italiano.


Ya no encuentro calificativos para adjuntarle a este sujeto. Brad Pitt es brillante, genial y la descose. Ya nos olvidamos –aunque fue difícil- de sus abdominales-tabla-de-lavar de Thelma y Louise. Nos olvidamos de esas paupérrimas actuaciones aptas para minitas en Legends of the Fall e Interview with the Vampire. En mi escala particular, me olvidé de todo eso con la interpretación de esa gran entidad que todo lo guía llamada Tyler Durden.

En IB, Brad Pitt es Aldo Raines, un sargento norteamericano de la Segunda Guerra Mundial, que dirige un batallón de limados que se autodenomina “los Bastardos sin Gloria”. Este grupo de, podemos decir, personas que no pasarían un test psicológico para entrar a trabajar en un banco, tiene una particularidad que los aleja del común de los otros soldados. Los Inglorious Bastards forman parte de un grupo de elite que se encarga de masacrar nazis a lo apache, cortándoles el cuero cabelludo y tallándoles una esvástica en la frente.

En realidad, la historia de los Basterds es una excusa absolutamente necesaria de la que QT se vale para cambiarle el rumbo a la historia como la conocemos. Si en la realidad los nazis se encargaron de matar y masacrar sin posibilidad de retruque, acá la cuestión pasa por, cómo no, la venganza que podría haber sido.

La nueva Beatrix Kiddo, Shoshanna Dreyfus.


Shosanna Dreyfus presenció cómo el escuadrón comandado por el coronel Hans Alda -un SS que se vanagloria del hecho de "poder pensar como una rata judía"- masacraba a su familia en las afuera de Francia, durante la ocupación alemana. Como única sobreviviente, pocos años después, planifica una venganza total y sin dobleces: a los nazis hay que meterlos en un teatro y prenderlos fuego. Pero a la par, los IB están ideando un plan para conseguir esos mismos resultados, aunque montados en complejas conspiraciones que involucran dobles agentes, la mejor cita sobre whisky del séptimo arte y dinamita. No voy a contar cómo sale todo. Para eso hay que ver la película y regodearse en el fango de lo peor del ser humano: uno quiere que los nazis se mueran, que les destrocen la cabeza a batazos, que Stiglitz pierda completamente el juicio y los haga picadillo.


Mi personaje preferido: Hugo Stiglitz.

Ante mi total falta de conocimiento del spaghetti western y cine bélico, no puedo decir si las referencias reverenciadas por Tarantino son acertadas, y justamente ahí reside su buen tino. Ver Inglorious Basterds puede ser una puerta de entrada a un mundo de cine aún desconocido, y si no es así, por lo menos nos dijo que hubo alguien llamado Sergio Leone que hacía esto, esto y esto.

Hubo un momento muy extraño en la película. Ya sabemos que la música en sus films es un componente fundamental, pero encontrarme con la escena de Shoshanna en el altillo del teatro, ataviada en ese vestido rojo sangre con Cat People putting out the Fire de David Bowie en primer plano me hizo pensar en David Lynch. No sé si fue la composición de los cuadros, la contraposición de la paleta de colores o qué, pero no lo pude evitar. O por ahí esa ligazón establecida en mi mente al momento de la apertura de Lost Highway con I'm Deranged... Y tengo que admitir que me encantó. En ese momento, sentí que -más allá de los disparates y exageraciones que venía viendo- me encontraba frente a un QT más maduro.


Más allá de que la “crítica especializada” diga que Tarantino ya es per sé un reciclador de clichés del cine clase B, su virtudes son, para mí, otras:

1) Tarantino sabe lo que hace, y lo hace bien;

2) Sabe lo que van a decir de sus películas, y no le importa;

3) No tiene problema en admitir que su cine es heredado del de otros;

4) Y sobre todo, no se deja engatusar por la simpleza de ser un chiste repetido.




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