La cuestión que uno junta, junta, junta mierda y más mierda, y un buen día explota. O implota. Se desparrama dentro de nosotros una cantidad de basura tal que nos sale hasta por las orejas. Y queremos dinamitar el edificio en que trabajamos, deseamos tener una 4x4 para darle un buen topetazo al pelotudo del Gol plateado que para en doble fila y ni siquiera pone las balizas, o simplemente cagar a tiros al infeliz del almacén que nunca, pero NUNCA tiene los 30 centavos del vuelto.
El personaje de Edward Norton no tiene nombre, porque es uno y es todos. Es un pobre tipo que constata fallas para una empresa de seguros, se masturba con catálogos de muebles modulares y vive en un departamento a prueba de ruidos. Su jefe lo cree un tremendo imbécil y lo tiene de punto. No tiene novia. No tiene amigos. Su único entretenimiento en el mundo es la miseria ajena. Sí, mis queridos, el nunca bien ponderado morbo.
Jack -supongamos que ése es su nombre- recorre grupos de autoayuda de enfermos terminales, adictos al sexo, hombres que han perdido alguna de sus “evidencias” de masculinidad. En cada grupo se llama distinto, nunca usa su nombre real. Nadie sabe que necesita sentir que otros están peor y exactamente eso lo pone mejor. Hasta que alguien -ella, Marla-, lo pone en evidencia y su mundo se derrumba.
Colapso.
Y Tyler. Tyler Durden.
Tyler -en la piel y ojos y nariz y risa sarcástica de Brad Pitt- es seguro, confiado de sí mismo, se caga en la estabilidad y los cánones preestablecidos. Tyler es como Jack quiere ser, como todos queremos ser: lindo, atractivo al sexo opuesto (o propio), inteligente, el mejor amante con el mejor sentido del humor.
Tyler incita a Jack a sacar el tigre que hay en él. Lo incita a ser, sin que le importe lo que los demás puedan decir de él. Le da el cuchillo que necesita para cortar sus ataduras y con su cordura.
En lo más primal, somos todos lo mismo. El sabor de la sangre nos incita y nos lleva a querer más. La libertad que da esa primera trompada nos lleva al éxtasis más repentino. Ser uno y todos. Sacarnos la careta. Destrozar algo hermoso.
La escena final, con Pixies y Where’s my mind cuando todo explota es sublime. Es el sueño del caos, de la apoteosis más profunda. El Apocalipsis soñado por Marx.
El sistema, ese círculo sin rostro, cae a nuestros pies.
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Citas de Fight Club (para tener siempre a mano)
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